El presidente de la Corte Suprema de Justicia, Horacio Rosatti, publicó una ficción histórica en la que recrea un episodio crucial para la historia de nuestro país.
“¿Cuándo comienza esta historia? No puedo saberlo, entre otros motivos porque aún continúa. Y al continuar se reinventa, cambiando el punto de partida, como las líneas de una marea infinita”, expresa Horacio Rosatti en la novela “El molde y la receta”. La obra invita al lector a transportarse a un episodio trascendental de la historia de nuestro país: la sanción de la Constitución Nacional de 1853.
En esta ficción histórica, publicada por Editorial Sudamericana, el presidente de la Corte Suprema de Justicia resalta la importancia de los protagonistas de ese hito fundacional: José Benjamín Gorostiaga, Juan María Gutiérrez, Juan Francisco Seguí, Pedro Ferré, entre otros.
Con una prosa fluida, la novela condensa en pocas páginas el espíritu del tiempo histórico en el que se definían los cimientos de la organización nacional. A través de la reflexión sobre ciertos objetos, descubre el trayecto entre lo destruido, lo perdido y lo desconocido.
Tras la Batalla de Caseros ocurrida el 3 de febrero de 1852, donde las fuerzas del Ejército Grande comandadas por Justo José de Urquiza derrotan a Juan Manuel de Rosas, se inaugura un período de inflexión en la historia argentina donde, según el autor, se pone fin a “un período que priorizó la cohesión antes que la organización”.
El 31 de mayo de 1852, los representantes de once de las catorce provincias (Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, San Luis, Mendoza, San Juan, Catamarca, La Rioja, Tucumán, Santiago del Estero -mientras que Salta, Jujuy y Córdoba hacen con posterioridad-), firman el acuerdo que estableció las bases de la organización fundacional por medio de una constitución. El Congreso General Constituyente, encargado de redactar la Constitución Nacional, debía sesionar en la ciudad de Santa Fe. Finalmente, Buenos Aires no participaría.
“El caso de Santa Fe es único en el mundo. No existe otro ejemplo de una ciudad que, no siendo capital de país, haya sido -a la vez- sede de redacción y sanción de la Constitución nacional originaria y de las principales reformas sucesivas”, señala Rosatti sobre su ciudad natal.
Pero la gravitación de la localidad no se limita a ese dato, sino que la lectura invita al lector a trasladarse a un ámbito geográfico, pero también intelectual, donde el sonido del río Paraná, complementado por el ladrido de los perros, el calor y la calma de la siesta de los habitantes -que no superaban las seis mil personas-, componían el telón de fondo, mientras transcurría la tensión política reinante por la sanción del texto constitucional.
A su vez, la serenidad de las huertas de frutales, los dulces artesanales de durazno, las natillas y los postres hechos con miel o dulce de calabaza, evocan los sabores de la época. El autor menciona la planificación y precisión dedicada en la elaboración de esos productos característicos para luego ejemplificar: “El proyecto es forma, estructura, continente; los materiales son relleno o contenido. Dicho de otra forma: el molde y la receta. Una buena receta es un molde inadecuado puede frustrar el resultado; y lo mismo ocurre con un buen molde al que se lo llena con la receta equivocada”.
Los convencionales constituyentes tenían el molde: la carta magna de los Estados Unidos. Sin embargo, durante el transcurso de la novela el lector podrá identificar que la receta fue propia y que en ella se plasma la identidad fundacional.
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